Siglo xvii. La Revolución de las Ciencias

 

Durante el siglo XVII se configura la especialización del conocimiento científico, ya que surgen naturalistas que se dedican en exclusiva a una rama concreta del saber (fundamentalmente anatomía, química y botánica). Las ciencias naturales comienzan un periodo descriptivo sin precedentes. Hasta este momento, la doctrina aristotélica había actuado como un grillete para los estudiosos de la naturaleza, quienes repetían servilmente las teorías heredadas. Francis Bacon (1561-1626), considerado el padre del empirismo, desafía esta doctrina abogando por la necesidad de experimentar y observar para luego interpretar. La relevancia que Bacon otorgó a los saberes prácticos cambió sustancialmente la forma de aproximarse al conocimiento científico.

René Descartes (1596-1650) también marcará un hito importante en la historia de la ciencia con la publicación en 1637 de su Discurso del Método, donde cuestiona todos los saberes escolásticos aprendidos y hace pasar cualquier idea por el tamiz de la razón y la duda metódica. Baruch Spinoza (1632-1677) reforma el entendimiento de la religión, e Isaac Newton (1643-1727) establece en sus Principia (1687) las bases de la mecánica mediante leyes universales y completa la síntesis de una nueva cosmología. Finalmente Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) sienta las bases del racionalismo situando el criterio de verdad del conocimiento en su necesidad intrínseca y no en su adecuación con la realidad. La revolución intelectual estaba servida.

Los gabinetes de curiosidades o maravillas del Renacimiento comienzan a ser sustituidos por colecciones más especializadas y, sobre todo, mejor organizadas. A través de la descripción, comparación y clasificación de los especímenes se intenta alcanzar un conocimiento científico del mundo natural, y los objetos de la colección son investigados empíricamente, no solo admirados por su belleza o exotismo.

En Europa aparecen las primeras academias y sociedades científicas, normalmente de carácter real o privado. En ellas se realizan experimentos de todo tipo, abiertos al público, el cual asiste asombrado ante la capacidad de desafío a la Naturaleza y el subsiguiente razonamiento del ser humano. La ciencia experimental adquiere entonces un carácter colectivo, surgiendo las Memorias como obra impresa donde se detallan las actividades empíricas de cada institución, difundiendo así los resultados obtenidos. En estas publicaciones se incluyen, mediante calcografías, imágenes de los experimentos realizados, disecciones, órganos internos e incluso, desde mediados de este siglo, imágenes observadas mediante un nuevo instrumento óptico: el microscopio. Desde el punto de vista gráfico estas memorias adquieren una gran importancia, ya que recogen imágenes de gran valor científico-artístico.

 

En esta primera fase de la microscopía, son los estudios botánicos y zoológicos los que se benefician de las nuevas posibilidades de observación. Destacan nombres como el zoólogo holandés Jan Swammerdam (1637-1680), quien estudió con microscopios construidos por él mismo la anatomía y costumbres de los insectos, o Anton van Leeuwenhoek (1632-1723), quien introdujo considerables mejoras en la fabricación de microscopios, precursor de la biología celular y de la microbiología. El médico italiano Marcello Malpighi (1628-1694) es considerado el padre de la histología por sus observaciones al microscopio de tejidos vegetales y animales, embriones y órganos humanos.

No obstante, en cuanto a la imagen grabada, la obra ilustrada con imágenes visibles al microscopio que adquiere mayor importancia es sin duda Micrographia, del inglés Robert Hooke (1635-1703). En este trabajo, publicado en 1665, se incluyen por vez primera grabados de imágenes tomadas con el microscopio, superando así la frontera de lo visible y provocando una relativización del espacio en función del objeto nunca antes experimentada.

La posibilidad de observación del mundo microscópico reabre la discusión sobre la generación espontánea, que rápidamente encuentra objeciones y apasionados detractores como Francesco Redi (1626-1697), quien diseña un experimento para demostrar que solamente aparecían gusanos en carne en descomposición si las moscas habían puesto previamente sus huevos en ella.

El valenciano Crisóstomo Martínez (1638-1694) fue también uno de los primeros microscopistas europeos, realizando un atlas anatómico con multitud de imágenes osteológicas, tanto microscópicas como macroscópicas, de extraordinaria calidad. Crisóstomo dibujó y grabó a buril sus propias láminas para componer este atlas que nunca se publicó.

Por otra parte, a comienzos del siglo XVII se emprenden observaciones telescópicas de la superficie de la luna por parte de Tomas Harriot (1560-1621) en Inglaterra y de Galileo Galilei (1564-1642) en Italia. Este último publica en 1610 la obra Syderius Nuncius, en la que se incluyen interesantísimos grabados calcográficos con los relieves lunares.

El naturalista danés Nicolaus Steno (1638-1686) enuncia el principio de superposición de los estratos en 1668, demostrando que en una serie estratigráfica poco o nada deformada, los estratos más antiguos serán los situados en la parte inferior, dando así una explicación científica a la historia de la Tierra. Aunque estas tesis revolucionarias no tuvieron apenas repercusión en su época, Steno marcaría con su trabajo el comienzo de la ciencia geológica.

En cuanto a la clasificación del mundo natural, en este siglo se produce un cambio muy relevante. Hasta ahora, los vegetales habían sido organizados de forma alfabética en los tratados botánicos y zoológicos publicados, tal y como habían hecho Fuchs, Gesner, Dodoens o Aldrovandi durante el siglo XVI. La única excepción que encontramos en época renacentista es la clasificación de Cesalpino, basada en aspectos morfológicos de estructuras visibles.

 

En el siglo XVII Caspar Bauhin (1550-1624) introduce un cambio muy relevante rechazando el orden alfabético aristotélico e introduciendo un nuevo sistema de clasificación basado en la nomenclatura de dos términos, agrupando así las especies que compartían el primero de estos nombres. Este sistema se erige el precursor de la nomenclatura binomial de Linneo, para la que habrá que esperar todavía un siglo. Por otra parte, John Ray (1627-1705) ahonda en la clasificación según criterios morfológicos, y fija el concepto de especie.

 

En 1602 se establece la Compañía Holandesa de las Indias Orientales para realizar y regular las actividades comerciales y coloniales en Asia. Los territorios de la Compañía se fueron expandiendo hasta incluir todo el archipiélago de Indonesia. Los Países Bajos se convirtieron en el centro de comercio e intercambio científico, con dos núcleos muy potentes en Amberes y en Ámsterdam, donde existía un boyante comercio de libros, estampas u objetos naturales, además de un importante flujo de información sobre los nuevos territorios explorados.

 

Distintos naturalistas holandeses pertenecientes a esta Compañía nos han dejado su legado en obras de historia natural de gran importancia, con información científica pionera sobre plantas y animales procedentes de los territorios asiáticos desconocidos hasta el momento, como Nieuhof, van Rheede, Rumphius, Dapper o Cornelis de Bruijn, entre otros.

 

Durante el siglo XVII las familias reales europeas son las principales promotoras de la creación de jardines con un valor a la vez decorativo y científico, logrando la aclimatación de especies exóticas, y la profundización en el estudio de la ciencia botánica. La belleza de muchas de las especies llevó a los grabadores a la confección de florilegios, obras que se dedican total o primordialmente a la representación de flores. Este tipo de libros inicia su publicación a finales del siglo XVI, y tiene un gran auge durante los siglos XVII y XVIII.

 

A finales del siglo XVI, el médico y botánico Charles L'Ecluse introduce el tulipán en una Europa que comienza a aficionarse a los florilegios. Originaria de Turquía, esta flor despierta un interés excepcional entre horticultores de Europa occidental, quienes desarrollan diferentes variedades que provocan una vorágine comercial sin precedentes. En los Países Bajos los bulbos comienzan a adquirir altísimos precios e incluso se comercializan antes de recolectarse, dando lugar a la primera burbuja económica conocida y a una euforia especulativa conocida como tulipomanía, que terminará con la crisis de 1637 cuando el precio de los bulbos cayó en picado y provocó la bancarrota de la economía holandesa. Durante la primera mitad del siglo XVII grandes pintores como Jan Brueghel o Rembrandt incorporan la belleza de los tulipanes en sus lienzos, y se publican varios catálogos sobre las nuevas variedades obtenidas, como Florilegium Amplissumum et Selectissimum de Emmanuel Sweert o Hortus floridus de Crispijn van de Passe.

En 1682 Jan Commelijn y Johan Huydecoper crean en Ámsterdam el Hortus botanicus, uno de los primeros jardines botánicos, donde plantan semillas que traen los comerciantes de la Compañía de las Indias Orientales. Las especies cultivadas en este jardín, en principio seleccionadas por sus usos medicinales y que servían para formar y abastecer a médicos y farmacéuticos durante el siglo XVII (Hortus medicus), se ampliaron para satisfacer los intereses ornamentales y comerciales. Algunas de estas especies sirvieron de plantas parentales para cultivos posteriores con importantes consecuencias comerciales, como el café. La primera planta de café fue traída desde Etiopía, y posteriormente sus esquejes se enviaron a Brasil con la Compañía de las Indias Occidentales. Desde allí se continuó difundiendo por Centroamérica y Sudamérica para satisfacer la creciente demanda europea. Este jardín continua abierto en la actualidad y atesora unas 4.000 especies diferentes de plantas procedentes de todos los continentes.

 

En cuanto a los trabajos zoológicos destaca la obra anatómica de Claude Perrault, Memoires (1671) y de Gerardus Blasius, Anatome Animalium (1681), donde se figuran por primera vez los órganos internos de diferentes animales en láminas grabadas con excelente maestría. Nicolaus Steno aportaría también interesantes novedades en los campos de la miología y la embriología.

 

Pese a todo este avance en el conocimiento del mundo natural y el progresivo acercamiento al método científico, durante el siglo XVII todavía se siguen encontrando reminiscencias de oscurantismo medieval en numerosas obras de historia natural, el relato bíblico continúa dominando la escena, perduran las explicaciones fantásticas a muchos de los fenómenos naturales y se figuran monstruos y seres mitológicos en los trabajos de zoología, como ocurre en las obras de Johsnton, Schott, Kircher o incluso Buonanni.

 

 


GALERÍA DE AUTORES

 

 

 

         Johann Theodor de Bry (1561-1623)


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